sábado, 21 de junio de 2014

Memoria (o la falta de memoria)

Cuando pensamos en las historias que construyen nuestra identidad o la de una comunidad, país, incluso del mundo, no es difícil recordar esos libros eternos, llenos de fechas imposibles e innecesarias de memorizar, que nos forzaban en el colegio. Sin efecto duradero para mi (una vez vomitadas las fechas sobre el papel, no quedó ni la más vaga idea del orden histórico del relato de la humanidad), la historia se me presenta ahora como un interés menos global y menos oficial.
Me inquieta la idea de todas esas historias que mueren con sus dueños, entendiendo que cada vida encierra un mamotreto dantesco de sabrosos relatos.
Bombardeados comunicacionalmente con las historias de los personajes "célebres" del momento, la vida del Mago Valdivia y su mujer insoportable o del DJ Méndez Jr., un niño desesperado por atención y "celebridad", que en conjunto construyen la historia que nos venden o que se fuerza a consumir a quienes prefieren lo disponible a "un click de distancia"; se van perdiendo los cuentos de personas y lugares, que podrían ir a parar al "cementerio de los libros olvidados" si alguien los escribiera alguna vez. Pero ni eso pasa.
Por supuesto que no es una preocupación inédita. Existen historiadores locales que dedican sus vidas a reunir los detalles del folklore o las vidas de personajes importantes, instituciones, recetas, edificios, ciudades, sin embargo, no ese el foco exacto de mi inquietud: son las historias de las personas que van envejeciendo, cuyos recuerdos alcanzan momentos de otras épocas, donde los países aun no eran lo que son, donde la realidad no era la que es ahora.
La historia de cada familia contiene por cierto, ese conjunto de recuerdos que relatados con talento podrían igualar a las familias Buendía o a los Trueba. Desde siempre he intentado conocer las vicisitudes del relato familiar antiguo, en ese afán humano de saber, sin embargo, cuando los recuerdos son eventualmente dolorosos, la recolección de la información puede transformarse en un proceso dañino, egoísta y poco constructivo. Y es justamente allí, donde aparece la dicotomía: ¿respetamos el dolor dejando que se pierdan las historias? o ¿hacemos sufrir un poco a sus dueños para que su vida no se olvide totalmente?
Debería ser obligación para las personas, un deber cívico, tener libros de anotar la vida. Imprimir las fotos y escribir atrás el relato de lo que se muestra. Los secretos no deberían ser secretos. Algunos de nuestros sucesores, va a tener la curiosidad de conocer nuestra historia y nosotros, tendríamos que preguntar para que no se pierda la infancia de tu abuela o la historia de sus padres y de paso, prestarle atención a quienes muchas veces son dejados de lado y son definitivamente olvidados por un entorno obsesionado con la juventud.
Uno no aprende de las experiencias de otros, pero conocerlas nos ayuda a entender. Las personas se arman en base a lo que han vivido y son esos hechos, los que constituyen ese tesoro en peligro de los recuerdos que no se recordarán. Mientras escribo esto, se están perdiendo historias y relatos que podrían hacer diferencias importantes, enseñarnos, sorprendernos o simplemente entretenernos.
Resumiendo, siempre hay un familiar que sabemos que es interesante y que tiene más historias que las que sabemos. Preguntemos, hablemos de ellos y ANOTEMOS. No sabemos cómo esas anotaciones podrían  ser parte de una historia mayor. Que no se pierdan.

Para entender

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